No reescribo: Un poemario sobre la enfermedad es una poética del cuerpo intervenido. ¿Una poética del cuerpo intruso? La sombra de Jean-Luc Nancy: "Objeto extraño" es el nombre que usamos para cualquier objeto, trozo, parte o sustancia que se introduce de manera más o menos accidental dentro de un conjunto o medio que es, en cualquier otro sentido, orgánico o al menos considerado homogéneo y gobernado por sus propias regulaciones, reglas, a las que el "objeto extraño" no puede ser sujeto (Corpus II 82).
"Esto no es más que una pregunta sin respuesta a este punto, será aclarada no por leer este libro sino por el mismo proceso de su composición. Sé hacia dónde quiero ir: pero este mismo destino no es sino una bifurcación, una incertidumbre. Y quizá esta incertidumbre es una negativa, si es dolorosa"
— Victor Segalen
"Leo y leo este libro y no sé si lo estoy leyendo o me lo estoy enterrando"
— Claudio Bertoni
Una poesía de la enfermedad es una dialéctica del cuerpo intervenido. Se trata del decir de un cuerpo frente al objeto intruso. El cuerpo se encuentra intervenido en tanto existe dentro de una serie de máximas inmunitarias de la preservación de la vida. Hablar del cuerpo intervenido es, entonces, preguntar por su existencia dentro de unas instituciones de regulación biológica, pero también ante el peligro intrínseco de modificación, por su implicación dentro de una serie de tanatopolíticas.
(09-2016)
Acaso hace ruido no hablar de una poética. Es precisa la palabra dialéctica allí donde hablamos del surgimiento de ideas, allí donde hablamos de la producción misma de la realidad, del pensamiento. Son tan deudoras todas estas páginas de los conceptos hegelianos, tan seductoras me resultan sus dinámicas: me hacen tropezar. Incomodan, duelen, desconciertan. Las siento intrusas. Ruido no hablar de una poética justo ahora en el texto donde la ficción aparenta ser más lejana. Busco refugio aquí donde el paso de la realidad a la ficción parece un mero trámite. Allí donde el poemario tranza con un diario sobre la enfermedad, retorno.
La traducción me revela: allí donde Nancy dice corps étranger, donde Anne O'Byrne traduce foreign bodies, yo escribo objeto extraño. Aún la inteligibilidad me detiene, el fraseo usual, el giro a favor del entendimiento. ¿Qué me queda?, ¿a qué me debo? Barajeo dos posibilidades: cuerpo externo y cuerpo extranjero, las más cercanas a lo que significan las palabras en inglés, al trabajo de los otros, olvidando el extraño de Nancy. Me desvío: cuerpo ajeno, cuerpo que no-es-yo, cuerpo que no corresponde, que no pertenece. Allí donde las reglas de mi cuerpo no alcanzan.
En verdad, "mi cuerpo" indica una posesión, no una propiedad. En otras palabras, una apropiación sin legitimación. Yo poseo mi cuerpo, lo trato como desee, ejerzo jus uti et abutendi sobre él. Él, no obstante, por su parte, me posee: me hala o me retiene, me ofende, me detiene, me empuja, me aleja. Estamos los dos poseídos, un par de bailarines demoníacos (Nancy Corpus 155).
Me interesa la técnica: el artificio y su productividad. Por eso siento la tentación de volver, de hablar de una poética: aquí no hay una hermenéutica sino un decir del sujeto, no aisthesis sino poiesis. Resulta revelador seguir, en este punto, la propuesta de Boris Groys en Volverse público: "pensar estas prácticas artísticas como transformaciones radicales desde la estética a la poética, más específicamente hacia la autopoética, hacia la producción del propio Yo público" (15-16).
Cierta reticencia, cierto detenimiento, exige nuestro texto, pero aun así hay allí, en esto que dice Groys, algo que resulta necesario, preciso, innegable. Lo que nos atrae de Harakiri es un sujeto que da cuenta de sí mismo y, en ese acto, produce un cuerpo que, por ratos, desborda el discurso inmunitario del que emerge y produce una subjetividad que tienta con territorios verbales en apariencia prohibidos, silenciados, negados. Un cuerpo parlante que, fundamentalmente, habla, sin miramientos, sin otra operación que separe, suspenda, deshaga la realidad preexistente. Allí su engaño: máquina autopoética y no, necesariamente, cuerpo orgánico. Un planteamiento desde la poética es hacer uso de la separación, es encontrar la rendija por la que el poema, la poesía, la literatura desborda: sistemas productores de sentido, signos autónomos, que expresan antes de colapsar (o que no lo hacen en ningún momento). Realidad ausente, negada, no proyectada. Poética: mímesis, no espejo.
Querer (re)centrar mi indagación hacia el territorio de la (auto)poética y no de la dialéctica, la retórica o la estética es un intento de (re)formular mi pregunta en los alrededores del sujeto, es afirmar la necesidad de ver en él un sistema viviente y, por lo tanto, conectado con (nos)otros.
El «sujeto» sólo se encuentra con el «problema» del otro y de la coexistencia porque ha comenzado por desprenderse de sí mismo (del mundo y de los otros), y por olvidar que está, antes que nada, en-el-mundo y con los otros. Nada es más notable que esta operación por la que el pensamiento se repliega sobre sí mismo y se desacopla de la existencia ("Another Experience of the Question, or Experiencing the Question Otherwise" Agacinski 12).
En el texto con el que responde a la pregunta Who Comes After The Subject?, título del libro del que forma parte, Sylviane Agacinski se detiene ante la existencia de un otro que dirija la pregunta, es decir, ante lo preexistente, sus condiciones de emergencia. ¿Quién habla?, ¿a quién se dirige? Se trata de atender a la necesidad de aclarar que el sujeto no tiene una existencia anterior de su enunciación, anterior al intercambio, anterior a su entrada en un sistema de signos. Agacinski apunta, lúcidamente, a que para preguntarnos por el sujeto, es necesario preguntarse por quién es el sujeto que nombramos, a quién se le está aplicando la violencia que lo funda. Pensar la experiencia de la pregunta es reconocer en el sujeto no una estabilidad, sino un proceso, un conjunto de confluencias, de movimientos: una posición dentro de una geografía posible. El sujeto: trazo sobre las estructuras de los discursos dominantes (médicos, biológicos, jurídicos), seguir sus líneas. Sin nombrarlos, nos recuerdan nuestras bases de distintos nombres: subjetivación, sujeción, agenciamiento.
Donde la ficción parece escapársenos, queremos recalcarla, salvarla. Atraídos a la poiesis como creación, como surgimiento de algo, como técnica: buscamos refugios en la ficción justo aquí donde la realidad no se propone como marco, sino que, intrusa y virulenta, se expande, colma todo. Técnica, techne, que me lleva a las tecnologías, al sujeto (entre)cruzado por construcciones culturales, a los procesos semióticos y materiales de las identidades (des)autorizadas dentro de unas variables reguladoras. Poiesis como (re)nacimiento, (re)construcción, poiesis como oportunidad de ver al sujeto como una multiplicidad de líneas a se(gui)r. Técnica de sí, cuidado de sí: llamamos a Foucault para reformular con sus preguntas nuestro planteamiento: ¿quién soy?, ¿qué puedo saber?, ¿qué puedo hacer?
¿Por qué esta relación entre escritura y enfermedad, entre registro y vida? Si Denise León resalta, en un trabajo sobre estos asuntos, las palabras de Alan Pauls sobre la distancia fúnebre entre el hecho y la palabra que lo nombra, el dato que "mata" el instante vivido en favor de la postergación adquirida en esa otra vida de la (re)lectura, yo escojo enfatizar y oponer algunas premisas de Rafael Castillo Zapata sobre el diario a estas: por un lado, el deber de la escritura de quienes son sobre todo escritores, quienes resisten una y otra vez en ese territorio entendiéndolo como vida casi alternativa; por otro, el deslinde entre el diario y todo lo que permanece más allá de la insistencia del diario. Trato de decir de manera esquiva, quizá, que se escribe, entonces, porque se vive o, mejor dicho, se escribe para vivir de otra forma: el diario es derrame, exceso, de lo vivido, no suplantación o copia de ello. Variaciones de un mismo lugar: por un lado, el proceso cuasi-fisiológico, esa producción de deshechos, retenciones y pálpitos, rodeados de un sospechoso automatismo en la propuesta de Pauls, como modelo de una sobrevida de lo que ya no puede ser vida; por otro, la premeditación y la suspensión, como metodología de intensificación de lo decididamente pasajero, volátil vida desgastada, en Castillo Zapata. En cualquier caso, lo que es escrito en el diario y lo que se vive acaso rara vez coincide, o al menos no es una necesidad constitutiva dentro de esa escritura; mucho más preciso resulta imaginar esos textos como emanaciones, modulaciones, del proceso tensional de una materia en constante formación que vive en una incertidumbre que reclama el registro como reflexión (en su doble sentido).
Cierta reticencia, cierto detenimiento: no regreso sobre mis pasos, no reescribo. Dudo. ¿Acaso es necesario volver?, ¿cambiaría algo? Debemos cuestionar, en un primer momento, si la poética de la que habla Groys se opone de alguna manera a nuestras reflexiones previas, a las que vendrán, a las que la cruzan. La oposición que propone, aunque reveladora de espacios y potencias, no es de ninguna manera un quiebre. Seguir las líneas que traza, el camino que abre parece alejarnos por momentos de algunas de las preocupaciones centrales del trabajo. Una reflexión sobre la construcción de la subjetividad sostenida por la autopoiesis peca, ese tentador abismo del trabajo de Humberto Maturana y Francisco Varela, de la necesidad que ella implica de encontrar, de ser, una unidad cerrada y autónoma, de sostener una organización determinada para el funcionamiento de su individualidad. Aquí donde buscamos justamente el territorio abierto, la geografía imperfecta, debemos rechazar constantemente el trato con un centro inamovible. Por eso me atrae Agacinski al querer mirar, al insistir, sobre la otra experiencia de la pregunta: no un funcionamiento estructural, un desplazamiento del sujeto, un reemplazo tras otro.
Así, tras tanto texto pasado, parece quedar suspendido mi enfoque: esta materialidad ansiosa que me interpela. Si quiero hablar de lo concreto es en la búsqueda de algo más: otra concreción, otra mirada sobre la experiencia. ¿Una variación sin referencia? No hay transformación aún, mero tránsito entre definiciones. El objeto, que no sujeto, significando una vez se detiene, al no hacer nada. "Parafraseando a Deleuze [...], el problema con los modelos dominantes en la teoría cultural y literaria no es que sean demasiado abstractos para asir lo concreto de lo real. El problema es que no son los suficientemente abstractos para entender la real incorporalidad de lo concreto" (Massumi 5).
La enfermedad aparece como una nota al margen de la vida. Sus signos, sus imágenes, son irrupciones ruidosas cuyo reconocimiento es postergado. ¿Acaso por eso el desplazamiento constante hacia el diario?, ¿es una intención de mostrar la vida que se sigue viviendo más allá de los síntomas? Acaba, creo, mostrando el reverso: el exceso de una fractura insistente, cada vez más amplia. Pleura abierta, insalvable.
¿Cómo se abre el cuerpo enfermo? Si el cuerpo, como dice Nancy, consiste en estar expuesto, ¿de qué manera se exhibe hacia el afuera, cómo se vuelve reconocible?, ¿hay señales, salvoconductos, para el cuerpo que falla? Superposición de cierres culturales y biológicos, si es que, como Preciado, creemos que es importante distinguir entre ambas técnicas. Releo a Butler: ¿cuál es el recorte ansioso que coincide con las pieles magulladas?, ¿cuál es la permeabilidad de los sujetos ante el quirófano y sus pócimas?
Cuerpo inexplicable, cuerpo sobrexplicable. Gonzalo Millán relata ampliamente sus consultas médicas, las pesquisas que rodean su encuentro con el cáncer. El cuerpo enfermo no me responde, no me corresponde: el tacto perdido de mis dedos me vuelve irreconocible. El imperativo inmunitario no sólo trastoca la interpelación ideológica, también me inscribe en una coreografía biotécnica que amenaza con volverme indistinguible de aquello que me mantiene con vida. Soy para no ser.
¿Viene de ahí el recordatorio constante del deseo en Bertoni? Con más precisión: ¿resignifica radicalmente la manera en que se formulan los espacios del placer sexual? Dos dimensiones: potencia y realización, pienso con Deleuze. Recuerdo, mientras escribo esto, unos versos de Enrique Lihn: "Un enfermo de gravedad se masturba para dar señales de vida" (67). Otros de Bertoni se cuelan: "estoy tratando de distinguir/las pajas por vicios/de las pajas por amor" (248). ¿De qué vida habla Lihn?, ¿a qué se refiere con esas señales? No acabo con sus sentidos, pero apunto: el enfermo reclama unas coordenadas de existencia, se configura como cuerpo que aún obra, aún soporta, aún realiza el esfuerzo y el desgaste del trabajo de hacerse reconocible. ¿Pero para quién?, ¿a dónde se dirigen estas señales? "¿Quién es el sujeto que se muere? A nadie le importa, nos basta una esfinge del deudo de consuelo" escribe Millán. Trata de volcarse sobre sí mismo, creo, de sostener con placer ese volumen en constante destrucción, de a/propiarse. La pregunta, entonces, es otra: ¿qué fronteras cruza el enfermo para afectar el cuerpo propio?, ¿dentro de cuáles a prioris se lee el cuerpo que se masturba? Una pregunta se cuela insistente: ¿es este un ejercicio público o privado? Haría falta precisar, una vez más, de destacar el espacio de su desenvolvimiento, para dibujar sobre sus bordes nuestra reflexión.
Los hospitales, piensa Richard, son espacios de confiscación: cuerpo arrebatado de su praxis usual para ser envueltos regularmente por las dinámicas de comparecencia médica. Zonas de interrupción, de apartamiento, que regulan los indicios del cuerpo. Identificables, decorativos: el sujeto es materialmente contextualizado como parte del tratamiento de sus malestares. Cuerpo inexcrito, azaroso amasijo de dolencias sin raíz. No obstante, sobrescrito: al ser confrontado con la medicina es definido dentro de unas tecnologías más o menos fijas con las que el poema trata de lidiar constantemente: datología del ser, poética/política de la datología. Ante su desnudez, la claridad de su pecado, de su trato inescrupuloso con la muerte: ex-critura, cuerpo expuesto, cuerpo que se toca a sí mismo tras la bata médica. Cuerpo enfermo, cuerpo puesto en evidencia.
La enfermedad me antecede. Intrusa en mi cuerpo, trae su historia propia y la impone, superpone, sobre la mía. La enfermedad es una genealogía, reconozco en ella un parentesco (de sangre, en una dualidad de sentido que es casi un chiste). La enfermedad llama a la historia propia de una forma estructurada, ansiosamente estructurada. Se reconstruye el árbol familiar, se cuestionan las relaciones personales, se duda del lugar nuestro en lo que debería ser un diseño lógico, fluido, aburrido, predecible. ¿Cuándo aparece la enfermedad?, ¿en qué momento se incluyó entre nosotros? La enfermedad me antecede de tal manera que su existencia parece ser siempre previa a la mía. Desconcierta no dar con ella, no hallarla rondando desde siempre, esperando el llamado inequívoco del azar o el destino. La tara no puede ser solo mía, debe asolar sobre la estirpe. Enfermar es integrarse a una comunidad doliente, inesperada. Nos encontramos junto a la enfermedad que nos sobrepasa. Ella estuvo siempre y seguirá siempre después de mí. Su historia nos define, la nuestra es incapaz de afectarla.
La enfermedad ansía su historia, ansía que sea reconocida su genealogía. ¿Cuánto tiempo he cargado esta tara conmigo?, ¿a quién debo culpar de esta herencia? La enfermedad, intrusa, nunca es mía, pero siempre será.
El dolor persiste desde el afuera. Afecto indistinguible e impreciso que moldea las respuestas corporales. El dolor es necesariamente irreconocible. Pura aproximación oblicua a algo que es, precisamente, contra-cuerpo. Muy pronto lo apunta Millán en Veneno de escorpión azul: "El cuerpo reacciona sin incredulidad, responde en forma natural. La mente pone el grito al cielo. El contraste me produjo alergia" (9). El dolor define una poderosa dualidad: afirma y confina mi cuerpo, delimita un área, al mismo tiempo que deshace las certezas que definen qué es mi cuerpo en mi cuerpo. Un cuerpo doliente es, sobre todo, un cuerpo desencajado. Es justo este dolor el que revela la fragmentación y su plasticidad: todo cuerpo es corpus/archivo de indicios, cuya continuidad es sostenida por la fina capacidad de reconfigurarse en la eventualidad de su destrucción.
¿Cuáles son, entonces, los a prioris estructurantes de una literatura de la enfermedad?, ¿es este el corpus perdido?
Una frase de Barthes: "Sobre todo respecto a su propio cuerpo usted está condenado a lo imaginario". (49)
Unos versos de Bertoni: "Doctor/ ¿puede un mojón/ tan bueno/ salir de una/ guata con cáncer?" (50).
El quiebre fundamental del cáncer es su irreparabilidad, ser tal-cual-soy diría Agamben, su constante e inevitable advenir: ya no esta instancia que, como el corazón-otro de Nancy, irrumpe y se acomoda dentro de la máquina-cuerpo para soportarla a través de su expropiación, sino un fragmento, un engranaje adormilado, que decide, en algún momento, empezar a deshacer la unicidad del cuerpo y el ser. El cáncer siempre estuvo allí. "Que nos mate otro tiene sentido (…) pero que nos matemos nosotros mismos/ que algo nuestro nos mate/ que algo adentro nuestro nos mate (…) es incomprensible inaceptable" (42), escribe Bertoni. ¿Qué significado tiene, entonces, este cuerpo volcado sobre sí mismo hacia la destrucción?, ¿qué valor debemos darle a esta implacable condición del cuerpo siempre-ya-roto?, ¿qué hacer con ese cuerpo que aspira, súbitamente, a dejar de palpitar?
[ Bibliografía ]
Agacinski, Sylviane. "Another Experience of the Question, or Experiencing the Question Otherwise". Who Comes After the Subject? Routledge, 1991. 9-23.
Agamben, Giorgio. La comunidad que viene. Pre-Textos, 1996.
Barthes, Roland. Barthes por Barthes. Monte Ávila, 1992.
Bertoni, Claudio. Jóvenes buenas mozas. Ediciones UDP, 2002.
Butler, Judith. Cuerpos que importan. Paidós, 2002.
Castillo Zapata, Rafael. Travesías. Monte Ávila, 2012.
Deleuze, Gilles. Lógica del sentido. Paidós, 1994.
Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1: La voluntad de saber. Siglo XXI, 1998.
Groys, Boris. Volverse público. Caja Negra, 2014.
León, Denise. "La escritura como supervivencia". Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 78 (2013): 345-360.
Lihn, Enrique. Diario de muerte. Ediciones UDP, 2010.
Massumi, Brian. Parables for the Virtual. Duke UP, 2002.
Millán, Gonzalo. Veneno de escorpión azul. Ediciones UDP, 2007.
Nancy, Jean-Luc. Corpus. Arena Libros, 2003.
---. Corpus II: Writings on Sexuality. Fordham UP, 2013.
Pauls, Alan. "El diario íntimo". Cómo se escribe el diario íntimo. El Ateneo, 1998.
Preciado, Paul B. Testo Yonqui. Espasa, 2008.
Richard, Nelly. La insubordinación de los signos. Cuarto Propio, 1994.
Segalen, Victor. Ensayo sobre el exotismo. FCE, 2010.
Valdés, Adriana. "Enrique Lihn: Diario de muerte". Varia. Ediciones UDP, 2010.